Un recordatorio de la fiesta que me hace Thiago
De repente llaman. A pesar de todas las trabas que he puesto en el pulsador del timbre, alguien ha conseguido hacer que suene y me dirigo de mal humor hacia la entrada. Al abrir la puerta de casa diviso al otro lado del jardín, en la verja de la finca, a un grupo de chavales mal vestidos o disfrazados que me hablan a trompicones y no me entero de nada.
-¿Qué queréis?
-Es jalogüín, jalogüín.
-¿Y?
-¿Truco o trato?
-Mirar, es que ahora no puedo entretenerme. Adiós.
Cerré la puerta y volví a mis quehaceres de destripador de niños.
La historia del Halloween se remonta a hace más de 2.500 años, cuando el año celta terminaba al final del verano, precisamente el día 31 de octubre de nuestro calendario. El ganado era llevado de los prados a los establos para el invierno. Ese último día, se suponía que los espíritus podían salir de los cementerios y apoderarse de los cuerpos de los vivos para resucitar. Para evitarlo, los poblados celtas ensuciaban las casas y las "decoraban" con huesos, calaveras y demás cosas desagradables, de forma que los muertos pasaran de largo asustados. De ahí viene la tradición de decorar con motivos siniestros las casas en la actual víspera de todos los santos y también los disfraces. El recorrido infantil en busca de golosinas probablemente enlace con la tradición neerlandesa de la Fiesta de San Martín.